La Tierra se encuentra abandonada, inhabitable y repleta de basura. Es en este escenario posapocalíptico que se sitúa la película Wall-E. Su título hace referencia al protagonista, un robot que fue creado para limpiar y compactar los residuos que cubren el planeta.

Lejos de regirse por una lógica artificial, Wall-E se caracteriza por tener todo tipo de emociones y sentimientos y está comprometido con ordenar el caos que dejó el paso de la humanidad y dar utilidad a las pilas y pilas de objetos abandonados en un genuino acto de reducir, reutilizar y reciclar.

Durante su misión conoce a EVA, una robot que fue enviada por los últimos sobrevivientes para investigar si aún quedan indicios de vida que puedan permitir el retorno de los humanos. Ellos dos —junto a una cucaracha amiga— viven distintos acontecimientos que invitan a reflexionar sobre la simpleza y lo natural de relacionarse.

Las actitudes de WALL-E proponen un contraste con las miserias de una sociedad que está invadida por el consumo y donde carecen las relaciones interpersonales, los valores y los hábitos saludables. Los seres humanos siquiera se pueden levantar de sus asientos y aprietan botones para todos sus requerimientos. También se dirigen a otros sin contacto físico y han olvidado por completo su historia en la Tierra.

La película es definitivamente un llamado a la conciencia que nos dice que todavía estamos a tiempo de evitar catástrofes humanitarias, que es necesario un balance entre lo humano y lo tecnológico y que hay que cuidar la vida y los recursos naturales para asegurar un futuro.