Este año que comienza es una oportunidad para reflexionar acerca de la velocidad e intensidad que le imprimimos a nuestra vida. Cada vez son más las personas que se contraponen al culto a la velocidad y comienzan a adoptar posturas “slow” en el trabajo, en la comida, en el turismo, en sus vínculos y en diferentes aspectos de la vida cotidiana.

¿Cómo lograr entregar un trabajo a término, estar actualizado en las redes sociales y a la vez, poder compartir con nuestros seres queridos?¿Cómo fabricar más tiempo para estar en forma, hacer un hobbie y poder dormir tranquilo? Estas son algunas de las preguntas que nos hacemos a diario mientras el tiempo se nos escurre sin que nos demos cuenta.

En la era de la hiperconectividad, en la que se asocia la velocidad con la eficacia y en la que el estrés se ha convertido en moneda corriente, el movimiento slow aparece como un fenómeno revolucionario. Cada vez son más las personas alrededor del mundo que se niegan a aceptar el dictado de que lo rápido es siempre mejor y adoptan posturas “slow” en diferentes ámbitos.

¿En qué consiste esta corriente cultural?  El término “slow” deriva del inglés y significa lento y se contrapone a “fast”, rápido. En este sentido, el movimiento propone tomarse el tiempo necesario para producir algo de calidad, disfrutar el proceso y adaptarse al ritmo natural del planeta.

El periodista canadiense Carl Honoré, autor del libro “Elogio de la lentitud” y uno de los referentes de este movimiento, afirma que la argumentación de la velocidad empieza por la economía: “El capitalismo moderno genera una riqueza extraordinaria, pero al coste de devorar recursos naturales con más rapidez de aquella con la que la madre naturaleza es capaz de reemplazarlos”. En esa misma línea agrega: “Una vida rápida es una vida superficial. Nuestra cultura nos inculca el miedo a perder el tiempo, pero la paradoja es que la aceleración nos hace desperdiciar la vida”.

Pero, dicho todo esto: ¿cómo es posible seguir siendo productivo sin tener que correr por la vida? Esta corriente no pretende abatir los cimientos de lo construido hasta el momento, sino que apunta al equilibrio: “Actuar con rapidez cuando tiene sentido hacerlo y ser lento cuando la lentitud es lo más conveniente. Tratar de vivir en la velocidad apropiada”, argumenta Honoré.

¿Es posible liberarnos de la enfermedad del tiempo? “Si”, expresa el teórico. Si desaceleramos los momentos, nos brindamos experiencias de ocio e introspección, actuamos mejor, somos más sanos y productivos en todos los aspectos de nuestra vida.