La actividad textil tiene un fuerte impacto sobre la naturaleza. Según estudios de la Unión Europea (UE) y la Organización de las Naciones Unidas (ONU), es una de las industrias que más desperdicia y contamina agua a nivel mundial. Además de generar el 10 % de las emisiones de gases de efecto invernadero en el planeta, el lavado de los materiales sintéticos —necesarios para la producción— libera 500.000 toneladas de microfibras a los océanos.
Ante el panorama negativo, se ha desarrollado en el rubro otra cara que pretende ser más amigable con el entorno natural: la “moda sostenible”. Esta vertiente promueve prácticas que van en contra de la cultura del “usar y tirar”, hoy imperante en la sociedad. El uso racional de los materiales, el reciclaje y la reducción de los residuos son algunos de sus fundamentos principales.
Según la moda sostenible, todos los eslabones de la cadena productiva son importantes: desde la extracción de las materias primas hasta la gestión de los desechos, sin olvidar los procesos de fabricación y distribución de las prendas. Entendiendo que cada paso implica su correspondiente huella ecológica, se puede tener una mejor noción y control de lo que se produce y cómo se produce.
Una de las filosofías que va en sintonía es, por ejemplo, la que se conoce como “residuo cero”. Las empresas que cumplen con este principio utilizan tejidos sostenibles como lino de bambú, algodón reintegrado, mermas textiles, algodón certificado de ahorro de energía y agua y cáñamo orgánico.
Pero para revertir las consecuencias de lo que provoca hoy la industria textil, el rol del consumidor también tiene que estar alineado. ¿Cómo? Consumir menos, apostar por prendas de calidad que utilicen materiales textiles sostenibles y elegir diseños atemporales y duraderos son hábitos que ponen en valor el cuidado del medio ambiente.