Trabajos científicos muestran el poder restaurador del contacto con la tierra y los árboles, y su efectividad en la reducción del estrés.
Vivimos en una dinámica de estímulo continuo, expuestos a la contaminación visual y sonora en las ciudades, entre pantallas, exigencias laborales y vinculares, preocupaciones, muchas horas de encierro y una sensación de sobrecarga permanente.
La terapia de entornos naturales surgió en Japón en 1982 como respuesta. Se trata de un movimiento instintivo: volver a los orígenes. Con el nombre Shinrin-yoku -que significa “absorber la atmósfera del bosque”-, es una práctica centrada en el poder restaurador del contacto con la naturaleza para reducir el estrés, ordenada por los principios budistas.
Esta terapia está basada en la exposición a espacios donde predomina el verde, los árboles y quizás algún espacio líquido como lagunas o mares. La calma, la paz, la tranquilidad, la pureza, son los factores que intervienen en esos espacios, a los que se llaman natural settings, que influyen en nuestro organismo. Y claro, la cuestión central es la intención, la motivación de encontrar un bienestar, que tienen que llevar las personas al hacer la experiencia.
Estudios recientes demostraron que los baños forestales lograron bajar en un 12,4% los niveles de la hormona del estrés cortisol y en un 1,4% en promedio la presión arterial. La incidencia de infartos también se redujo en un 5,8%.
Una caminata de una hora en el parque, por ejemplo, ¿podría ser considerada como parte de esta terapia?
Sí, los efectos son similares. Es también una forma de revincularse, religarse a la naturaleza. Quizás no es prolongada ni hecha bajo un protocolo, pero funciona de la misma manera.
No hay excusas. ¿Empezamos?